LECTURAS 2017/2018

26 SEP 17 Manual para mujeres de la limpieza - Lucía Berlin

30 OCT 17 Patria – Fernando Aramburu

21 NOV 17 24 horas en la vida de una mujer – Stephan Zweig

19 DIC 17 La calle de la judería - Totti Martinez de Leza

30 ENE 18 Demonios familiares – Ana Mª Matute

27 FEB 18 Media vida – Care Santos

20 MAR 18 El blog del Inquisidor - Lorenzo Silva

24 ABR 18 Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido – Paloma S. Garnica

29 MAY 18 El domingo de las madres – Graham Swift

26 JUN 18 Ojo de pez - Antonio J. Ruiz Munuera

sábado, 27 de febrero de 2016

Seguimos el monográfico TERTULIAS. By Antonio Lois

Clases, normas y funciones de las tertulias
Puede haber tertulias taurinas, literarias, teatrales o de cualquier tipo, incluso tertulias de carácter general, y con frecuencia giran alrededor de un personaje famoso que asiste regularmente e incluso puede darles nombre: "La tertulia itinerante de Cansinos", "La tertulia de Valle-Inclán"... Aunque lo corriente es que se bautice por el nombre del local que la aloja, lo que puede resultar algo confuso, pues hubo a veces varias tertulias a horas distintas o en épocas diferentes en un mismo café.
Es norma no instituida, pero generalmente asumida, la de atacar y desacreditar impíamente a la persona que no asiste a la tertulia o que se demora en llegar, lo que sirve para que nadie falte y todos se tomen en serio su asistencia y pertenencia a ella.
Una tertulia de buen nivel suele ser un instrumento educativo de primer orden y lo primero que se aprende en ellas es tolerancia y sentido crítico. Por otra parte, una tertulia permite a los interesados amistad, estrechar relaciones con los de su gremio, y enriquecer su cultura. Por otra parte, los neófitos aprenden de los más experimentados y conocen informalmente a las personas de su esfera. Las hay de dos tipos: estables (en un solo lugar) e itinerantes (que se mudan de sitio periódicamente). Estas últimas son mucho más informales y menos frecuentes.

Tertulias literarias españolas
En Madrid fueron famosas la Academia Selvaje1, nacida en 1612, y la Academia Mantuana, ante la que Lope de Vega, frecuente secretario de estas instituciones, leyó su “Arte nuevo de hacer comedias” (1609). Fueron célebres en el siglo XVIII la granadina Academia del Trípode, y, entre las tertulias, la de la Fonda de San Sebastián o la que mantenía el helenista Pedro Estala en su celda de escolapio. Por otra parte, muchos nobles solían reunir en salons a lo francés, a escritores para hacerlos partícipes de juegos cortesanos o representaciones teatrales de aficionados; en otras ocasiones, solían hacer coincidir a escritores enemigos u opuestos para divertirse con las mutuas asperezas de ambos, algo de lo que ya se quejaba Tomás de Iriarte en prosa y en verso.

En el XIX fueron famosas, entre otras, la tertulia romántica literaria de El Parnasillo, que se reunía en el Café del Príncipe de Madrid, la de escritores posrománticos de La Cuerda en Granada y su extensión en Madrid, que era la mantenida por Gregorio Cruzada Villamil, la del Café Suizo, también en la capital, de los hermanos Bécquer o la de escritores realistas del Bilis club en Madrid, integrada por Leopoldo Alas "Clarín" y otros escritores asturianos.
A principios del XIX mantenía una en Sevilla Juan José Bueno. En Madrid el músico Santiago Masarnau reunía a personajes de todas las artes y se hizo muy influyente y poderosa la que en su casa mantenía el académico Marqués de Molíns y, en los años sesenta, congregó el dramaturgo Eduardo Asquerino en la suya a numerosa gente de teatro que podía tomar el té y leer obras literarias en voz alta; de ella nació la idea de fundar un Teatro Nacional. El periodista y crítico Manuel Cañete reunía en su casa a selectos contertulios y la de Wenceslao Ayguals de Izco tenía c arácter democrático y mezclaba a literatos y a músicos, de forma que a veces se celebraban conciertos.
La construcción de nuevos espacios de socialización como los casinos, ateneos y liceos, sobre todo a partir de la Revolución de 1868, posibilitó asimismo la creación de tertulias fijas en las provincias; en otras ocasiones las tertulias se celebraban en reboticas o lugares parecidos. Paralelamente la aristocracia se reunía en sus salones para distinguirse de esas tertulias burguesas y a finales del siglo XIX ya era una costumbre plenamente establecida con una rígida rutina: las reuniones de sociedad en Madrid empezaban el 4 de noviembre, día de San Carlos, con la celebración que daban en su hotel los barones del Castillo de Chirel. A partir de esa fecha, recibían en sus casas o palacios todos los señores destacados al menos un día a la semana; los lunes los señores de Bauer en s u palacio de la Calle San Bernardo, y por la noche había velada en casa de los Esteban Collantes; los viernes por la tarde en casa de la Marquesa de Bolaños; los miércoles y los viernes la marquesa de Esquilache reunía a gente muy poderosa, y concurrían políticos como Eduardo Dato y escritores como la condesa Emilia Pardo Bazán. Las invitaciones solían redactarse en francés.